12 de marzo de 2010

Un barco a la deriva

Si bien no todos tenían rumbo, la mayoría sí lo tenía. Iban con su tripulación de puerto en puerto, comerciando, conociendo, celebrando. Algunos encallaban y se hundían, a otros los agarraba una tormenta y a veces naufragaban, y otras tantas veces lograban sobrevivir y volvían a buscar su propia ruta.
Un día como cualquier otro, a toda esa flota extraña y particular, la atacaron. Fue tan inesperado que muchos barcos naufragaron. Los que seguían sobre la superficie enfrentaron un oleaje maldito. Algunos se fueron a tierra, para quedar como testimonios de la brutalidad de ese ataque. Sorprendentemente demasiados barcos lograron pasar todas esas pruebas. Aún no saben quién los atacó. Se unieron por algunos días para buscar a otros, con la esperanza de lograr salvarlos. Cada uno ayudaba como podía. Pero pasaron los días y de a poco volvieron a navegar, tratando de retomar sus rutas. Lamentablemente, seguían algunos a la deriva, sin saber que hacer ni adonde ir. Y es que a muchos de esos barcos a la deriva, no se les puede ayudar, porque antes de que fueran golpeados ya estaban golpeados. Y siguen así porque el tipo de ayuda entregada no les servía a ellos. En los últimos días he visto a uno de ellos. Sigue sin saber su puerto. Su tripulación es mezcla de tristeza y recuerdos alegres. Tienen para comer pero no lo disfrutan, beben cuando notan que si no lo hacen morirán. ¿Así como este barco cuántos habrán? Mi barco sigue su rumbo. No es que no me preocupe, es que creo que no puedo ayudar.