21 de octubre de 2010

La noche, la última.

No sabía si era medianoche, pero no importaban esos minutos. Si importaba que la casa estuviera oscura y que sus ojos observaran con dificultad. No tenía objetivo claro. Solo sabía que estaba dentro del hogar, justo después de haber cerrado la puerta de entrada, con miedo de dar un paso hacia el interior. Las luces no funcionaban, pero para su fortuna la luna llena ayudaba. Sentía ruidos en el segundo piso. Voces, voces, voces que no podía reconocer. A cada segundo que pasaba distinguía mejor su entorno, pero percibía algo extraño a cada momento, y ese sentimiento crecía y se mezclaba con su miedo. No hacía calor para ser primavera, pero el sudor poco a poco se apoderaba de su cuerpo. Mas ruidos arriba. Tal vez una risa. Tal vez una despedida. Tanto miedo. Tanto que avanzó. Con todo el sigilio que pudo, midiendo sus pasos descalzos, los que eran ayudados por la alfombra para no ser oídos, esquivó todo y llegó a la escalera. Peldaño a peldaño subió lentamente. Sentidos alertas, concentración. Miró el pasillo del segundo piso, observó detenidamente todas las puertas, sabiendo que solo podía elegir una. No supo cómo, pero eligió. Al fondo, a mano izquierda. El tiempo ya no existía, sólo sus pasos. Cuando abrió la puerta no supo lo que vio. Supongo que tampoco le gustó. Lo único que vi desde aquí arriba es que se elevó y llegó a este lugar donde las almas viven tan libres como pueden.