9 de enero de 2010

Campo de batalla

Era mas de media noche. Del cielo caían rayos, los truenos retumbaban en mis oídos. La oscuridad lo envolvía todo, pero la costumbre y la naturaleza me permitían ver los detalles. Podía ver perfectamente los diferentes arboles y como sus hojas se movían con el viento. No hacía frío, no al menos para mí. Algo en mi instinto me decía que debía aguardar, que no me debía mover de aquel lugar. Esperé un rato, mientras las nubes seguían con su espectáculo. Hasta que escuché un débil ruido a mis espaldas. Me sonreí y giré para ver a ese enemigo acercarse. Era sólo uno más, uno sin alguna diferencia a muchos que ya han pasado y han salido derrotados. Lo miré haciéndole saber que no era nada, que no tenía oportunidad. Si era sensato se retiraría; pero me devolvió la mirada de una manera amenazante e intentando hacerme creer que yo era el que perdería, lo cual sólo significaba una cosa: luchar. Lo observé brevemente y me acomodé mientras el hacía lo mismo. Mientras girábamos en círculos, sin dejar de estudiarnos, prestaba atención al terreno. Me gustó comprobar que muy cerca nuestro existía un precipicio para nosotros, que para otros no sería mas que un simple salto; lo cual era sinónimo de riesgo, de valentía. Miré nuevamente los ojos de mi adversario y pude ver sus ganas de atacar, asi que esperé hasta que se decidiera a hacerlo. Segundos después atacó. Era una batalla formidable, un gran adversario. Logró herirme un par de veces, yo lo hice otras tantas. En el fragor de la batalla nos acercamos al precipicio. Sí, caímos. Sólo un detalle había escapado a mi estudio del lugar. Una gran barra de metal un poco mas abajo del borde nos esperaba. Ambos rebotamos en ella mientras caíamos, la barra cedió un poco. La caída siguió y vi la oportunidad del triunfo. Intenté girar sobre su cuerpo, mientras el se resistía, pero lo logré. Triunfante, me mantuve encima hasta que llegó el golpe en la tierra. Aproveché esos segundos de dolor para hacerle mas daño. Se sacudió de dolor, viendo su sangre salir de su cuerpo, manchando el pasto. Logró salir de mi mortal abrazo y escapó. Lo seguí por un momento, para que le quedara clara su derrota. Un derrotado más a la lista. Lo que unos llamarían arrogancia creció en mi, yo simplemente lo llamaría grandeza, o tal vez magnificencia.

Al otro día, me acicalaba en el lugar de la batalla, mientras observaba a dos humanos que observaban el trozo de metal golpeado. Según supe después veían como arreglar algo que se llama "canaleta".

2 comentarios:

Tere dijo...

Me gusto tu relato Alfred!, la descripción fue justa, sin dar detalles de más pero saciando la curiosidad del lector.

Espero leer más de esto :D fue como el momento épico de mi dia hahah

Anónimo dijo...

Sentirte en un campo de batalla romano, luego infinito campo medieval, luego una simple hormiguita.

Satisfaciste mi punto lector. (y sabes, es un poquito dificil)